Manos Unidas es la organización de la Iglesia católica en España para la lucha contra la pobreza que sufren los pueblos más excluidos del planeta. En su campaña
«Contagia solidaridad para acabar con el hambre» el
14 de febrero, Manos Unidas quiere seguir fomentando las actitudes de colaboración que sirven para frenar la mayor pandemia que sufre el planeta desde hace décadas: el hambre.
Basta mirar algunas cifras para ver la magnitud del problema, agravado por la crisis sanitaria mundial, sobre todo entre los más empobrecidos del Sur. Los 1.300 millones de personas que había a principios de 2020 sufriendo pobreza multidimensional (de los cuales, el 84,5 % vivían en Asia del sur y África subsahariana), podrían aumentar este año en 500 millones, a causa de la pandemia.
Esta experiencia dramática del coronavirus nos lleva a reafirmar con mayor firmeza la dignidad de todo ser humano y sus derechos; la necesidad de generar nuevos estilos de vida más solidarios; la urgencia, desde la política y la economía, de crear condiciones de vida más humanas, centradas en la dignidad de cada persona y en el bien común.
En Manos Unidas llevan más de 62 años trabajando fundamentados en el valor de la solidaridad universal que, en el futuro, nos ayudará a superar las crisis sanitarias y a construir sociedades dignas para todas las personas.
La solidaridad es una exigencia de nuestra dignidad humana compartida, y el deber de que, cada ser humano, según sus circunstancias, sea responsable de todos los demás. Por solidaridad, cada cual debe asumir las causas del otro, haciéndolas causas propias. La responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros tiene implicaciones tanto entre nosotros y las comunidades deprimidas del Sur, como entre las propias comunidades entre sí. Supone anteponer el “nosotros” frente a una lógica miope del interés privado; renunciar personalmente o sacrificarnos por el bien colectivo y poner a disposición de los demás los recursos necesarios para mejorar las condiciones de vida de las comunidades más desfavorecidas.
La situación que aún estamos viviendo nos obliga a reforzar nuestro compromiso y nuestra misión. Porque el hambre en el mundo es reflejo de la desigualdad que existe y para acabar con ambas es necesaria la implicación de todos en la construcción del bien común a través de la cultura de la solidaridad.
Solo con la participación de todos será posible caminar hacia un mundo donde los derechos humanos dejen de ser una declaración de intenciones para convertirse en justa realidad. Es lo que nos demandan nuestros socios locales y las comunidades a las que representan. Depende de todos y de cada uno de nosotros. Y juntos lo conseguiremos.