Les dejamos el enlace con las lecturas y un vídeo del Evangelio.
sábado, 27 de febrero de 2016
III Domingo de Cuaresma
Celebramos el III Domingo de esta Cuaresma de la Misericordia. Las lecturas descubren aspectos
esenciales de la identidad de Dios e
invitan, también, a la conversión. La
primera lectura toma parte del relato
de la vocación de Moisés. Cuando
pastoreaba el rebaño, Dios se le
manifiesta desde el misterio de la
zarza que no se consume. Se presenta
como el Dios de su pueblo
Israel, que ve y se compadece de su
sufrimiento, y ha escogido a Moisés
para liberarlo. Pero Moisés le
pide que se dé a conocer para que
pueda explicarles a sus hermanos
quién es y cuál es su nombre. Dios
responde: “Soy el que soy”. Por un
lado, se define como el Dios de la
vida. Pero, por otro, se queda en
la indefinición puesto que ningún
ser humano puede alcanzar a comprender
en su totalidad el misterio
de Dios. El salmista invita a bendecir
este nombre santo de Dios,
acentuando dos de sus atributos
más determinantes: compasivo y
misericordioso.
El apóstol Pablo recuerda a los
corintios que aquel pueblo liberado
fue alimentado por Dios con
el maná y el agua de la roca, pero
sucumbieron a causa de sus pecados.
Pablo identifica la roca con
Jesucristo. Esta historia ha de servir
de ejemplo (figura-tipo) para que
los cristianos liberados por
Jesús no se aparten de su
palabra.
El Evangelio nos pone ante este
rostro de Dios que exige fidelidad
y, a la vez, es paciente con el pecador.
Jesús rememora unos trágicos
episodios para exhortar al pueblo
a la conversión y así no perezcan a
causa del pecado. A continuación,
narra la parábola de la higuera que
no da fruto para subrayar la actitud
del viñador que pide al amo esperar
aún más antes de cortarla, mientras
él sigue dándole todos los cuidados.
Jesús muestra así la paciencia
misericordiosa de Dios Padre.
jueves, 25 de febrero de 2016
Actividades del Seminario Diocesano de Canarias
- Martes, 1 de marzo a las 10.30 h en el Centro de Pastoral: habitual encuentro entre el presbiterio y el Seminario con la participación de Mons. Joan Enric Vives Sicilia, Arzobispo-Obispo de Urgell y Presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades.
- Sábado, 12 y domingo, 13 de marzo: Día del Seminario, con colecta.
- Vienes, 18 de marzo a las 19.00 h en la Parroquia de Ntra. Sra. de Carmen (La Isleta): rito de admisión a Órdenes de Aday García Jiménez, seminarista en etapa de pastoral.
miércoles, 24 de febrero de 2016
sábado, 20 de febrero de 2016
II Domingo de Cuaresma
Celebramos el II Domingo de Cuaresma.
El acontecimiento que narra la Primera Lectura, el Génesis, está en el centro mismo de la historia de Abrahán, la importancia de la descendencia y de la tierra para un nómada como era él. Abrahán vive en la convicción de que Dios dirige su vida.
La carta a los Filipenses, Segunda Lectura, ha sido escrita desde la cárcel. Algunos se aprovechan de esta situación para hacerle la vida más dura y difícil, entrometiéndose en su comunidad para arrebatar a los creyentes la libertad del Evangelio cimentada en la cruz de Cristo. La fe pura en el Evangelio corre el peligro de perder su lozanía.
El Evangelio trata la transfiguración del Señor. Jesús se encuentra a las puertas del largo viaje que le conducirá hasta Jerusalén. Durante el viaje les enseñará las condiciones del verdadero discipulado. Este acontecimiento es como un avance del final glorioso, como una primicia de su gloria ante la dureza del camino que conduce a la muerte de cruz, que provocará un profundo escándalo en los discípulos. El final es la victoria, el triunfo y la gloria.
El Evangelio trata la transfiguración del Señor. Jesús se encuentra a las puertas del largo viaje que le conducirá hasta Jerusalén. Durante el viaje les enseñará las condiciones del verdadero discipulado. Este acontecimiento es como un avance del final glorioso, como una primicia de su gloria ante la dureza del camino que conduce a la muerte de cruz, que provocará un profundo escándalo en los discípulos. El final es la victoria, el triunfo y la gloria.
Les dejamos el enlace de las lecturas y el vídeo del Evangelio.
miércoles, 17 de febrero de 2016
In memoriam: Rvdo. D. Martín García Álamo
Hoy se cumple el Primer Aniversario, de la partida hacia la Casa del Padre, de D. Martín García Álamo, sacerdote diocesano que fue durante 7 años nuestro párroco de San Lorenzo.
Adentrados ya en el tiempo de Cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a revisar nuestra vida, en relación con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos, es el momento de tener un recuerdo agradecido para nuestro querido D. Martín, un recuerdo agradecido a Dios por su vida y un recuerdo agradecido a él, por el gran ejemplo de su experiencia y relación íntima con Dios, de su entrega a los hermanos y de su crecimiento y edificación personal, siendo el espejo en el que nos miramos algunas generaciones de nuestra parroquia de San Lorenzo, especialmente algunas generaciones de jóvenes que hoy vivimos los 40 y los 50 años.
Gracias Señor, gracias D. Martín.
Que María, nuestra madre, reina de los apóstoles y auxilio de los cristianos, le tenga a él a su lado en el cielo, y siga intercediendo por nuestra parroquia y por cada uno de nosotros.
Les dejamos imágenes de D. Martín en un 10 de agosto, Día de nuestro Santo Patrón, y de la Casa Parroquial actual en obras, construida estando él de párroco.
Por Sofía Calderín.
Redactora de la Hoja Parroquial.
Adentrados ya en el tiempo de Cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a revisar nuestra vida, en relación con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos, es el momento de tener un recuerdo agradecido para nuestro querido D. Martín, un recuerdo agradecido a Dios por su vida y un recuerdo agradecido a él, por el gran ejemplo de su experiencia y relación íntima con Dios, de su entrega a los hermanos y de su crecimiento y edificación personal, siendo el espejo en el que nos miramos algunas generaciones de nuestra parroquia de San Lorenzo, especialmente algunas generaciones de jóvenes que hoy vivimos los 40 y los 50 años.
Gracias Señor, gracias D. Martín.
Que María, nuestra madre, reina de los apóstoles y auxilio de los cristianos, le tenga a él a su lado en el cielo, y siga intercediendo por nuestra parroquia y por cada uno de nosotros.
Les dejamos imágenes de D. Martín en un 10 de agosto, Día de nuestro Santo Patrón, y de la Casa Parroquial actual en obras, construida estando él de párroco.
Por Sofía Calderín.
Redactora de la Hoja Parroquial.
martes, 16 de febrero de 2016
domingo, 14 de febrero de 2016
I Domingo de Cuaresma
Hoy celebramos el I Domingo de Cuaresma.
Las tres lecturas del comienzo de la Cuaresma recogen el esquema Grito – Respuesta: el hombre que invoca y Dios que responde. El Salmo 90 refleja esta confianza, esperando que el mismo Dios que arrancó a Israel de la dura esclavitud
del Faraón, librará de la miseria y del sufrimiento a la humanidad, pues “nadie que crea en él quedará defraudado” (2ª lectura). Esta confianza se nutre de la fe en un Dios que interviene en la historia a favor de su pueblo. Precisamente
la primera lectura recoge la profesión de fe que todo israelita hacía cuando presentaba las primicias de sus cosechas a Dios durante la fiesta de las Semanas (fiesta judía de Pentecostés): el pueblo le responde agradecido ofreciéndole los mejores dones que la tierra prometida puede dar. La segunda lectura nos hablará también de profesión de fe, pero ahora cristiana, cuyo contenido se centra en Jesucristo que es
salvación para todo aquel que crea en él: “todo aquel que invoque el nombre del Señor se salvará”.
En el evangelio, Jesús aparece venciendo en las tentaciones al enemigo del plan de Dios. Esta victoria supone una aceptación incondicional de la voluntad de Dios y que es garantía de victoria para cuantos sigan a Cristo camino de Jerusalén. El Espíritu conduce al guía de la salvación a experimentar la ascética del desierto para probar allí su fidelidad. En las respuestas al Diablo, Jesús se muestra como el Hijo de Dios, dócil al plan de su Padre. La victoria sobre las tentaciones supone una esperanza para la humanidad que cae en el pecado y que puede convertirse en esclava. La obediencia del Hijo a la voluntad del Padre muestra como el camino de la vida y la salvación pasa por someterse a Dios en todo.
Este es el enlace de las lecturas. También está el vídeo del Evangelio.
jueves, 11 de febrero de 2016
Manos Unidas 2016. Plántale cara al hambre: siembra.
Campaña 57: Plántale cara al hambre: siembra
Es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo. Esto nunca puede ser considerado un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema (Papa Francisco). En Manos Unidas no nos acostumbramos a este dato vergonzante; por ello, desde hace 57 años, trabajamos para plantar cara al escándalo del hambre.
Por ello, en 2016 iniciamos un Trienio de Lucha contra el Hambre (2016-2018), con el objetivo de trabajar para disminuir el hambre en el mundo y reforzar el derecho a la alimentación de las personas más pobres y vulnerables del planeta. En este trienio centraremos nuestros esfuerzos en quienes padecen hambre y en sus causas.
Por ello, en 2016 iniciamos un Trienio de Lucha contra el Hambre (2016-2018), con el objetivo de trabajar para disminuir el hambre en el mundo y reforzar el derecho a la alimentación de las personas más pobres y vulnerables del planeta. En este trienio centraremos nuestros esfuerzos en quienes padecen hambre y en sus causas.
martes, 9 de febrero de 2016
Jornada Mundial y Pascua del Enfermo 2016
María, icono de la confianza y del acompañamiento
“Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5)
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXIV JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2016
Queridos hermanos y hermanas:
La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad de estar especialmente cerca de vosotros, queridos enfermos, y de todos los que os cuidan.
Debido a que este año dicha Jornada será celebrada solemnemente en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), donde Jesús realizó su primer milagro gracias a la mediación de su Madre. El tema elegido, «Confiar en Jesús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga”» (Jn 2,5), se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada, el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, tendrá lugar precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inició allí su misión salvífica, aplicando a sí mismo las palabras del profeta Isaías, como dice el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
La enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la existencia humana y nos plantea grandes interrogantes. La primera reacción puede ser de rebeldía: ¿Por qué me ha sucedido precisamente a mí? Podemos sentirnos desesperados, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…
En esta situación, por una parte la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su fuerza positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, sino porque nos ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver cómo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado cargado con la cruz. Y esta clave nos la proporciona María, su Madre, experta en esta vía.
En las bodas de Caná, María aparece como la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal como es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cf. v. 4), dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?
El banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y de sus discípulos está María, Madre previsora y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. Cuánta esperanza nos da este acontecimiento. Tenemos una Madre con ojos vigilantes y compasivos, como los de su Hijo; con un corazón maternal lleno de misericordia, como Él; con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los hambrientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos permite experimentar la consolación por la que el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Co 1,3-5). María es la Madre «consolada» que consuela a sus hijos.
En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y pasa necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, dará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, devolverá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos y a los pobres anunciará la buena nueva (cf. Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, puesta por el Espíritu Santo en su corazón de madre, manifestó no sólo el poder mesiánico de Jesús sino también su misericordia.
En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen. Para nuestros seres queridos que sufren por la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que se lo piden con confianza.
En la escena de Caná, además de Jesús y su Madre, están también los que son llamados «sirvientes», que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Sin embargo, quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. Cuánto valora y aprecia Dios que seamos servidores de los demás. Esta es de las cosas que más nos asemeja a Jesús, el cual «no ha venido a ser servido sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que lo hacen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cf. Jn 2,7). Se fían de la Madre, y con prontitud hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso por la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad para servir a los necesitados, y concretamente a nuestros hermanos enfermos. A veces este servicio puede resultar duro, pesado, pero estamos seguros de que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino. Cada vez que se ayuda discretamente a quien sufre, o cuando se está enfermo, se tiene la ocasión de cargar sobre los propios hombros la cruz de cada día y de seguir al Maestro (cf. Lc 9,23); y aún cuando el encuentro con el sufrimiento sea siempre un misterio, Jesús nos ayuda a encontrarle sentido.
Si sabemos escuchar la voz de María, que nos dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino bueno. Así, esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el deseo que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con [el Hebraísmo, el Islam] y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y división.
Son un ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el pasado mes de mayo: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de la importancia que tiene el que seamos unos responsables de los otros importante es que seamos responsables unos de otros, de que vivíamos al servicio de los demás. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se convirtió en instrumento de encuentro con el mundo musulmán.
A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, les deseo que estén animados por el ejemplo de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibíd., 24) y llevarla grabada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Encomendemos a la intercesión de la Virgen nuestras ansias y tribulaciones, junto con nuestros gozos y consolaciones, y dirijamos a ella nuestra oración, para que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con mi Bendición Apostólica.
Dado en el Vaticano, el 15 de setiembre de 2015
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores.
Los materiales y la oración en el siguiente enlace.
lunes, 8 de febrero de 2016
Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2016
“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13).
Las obras de misericordia en el camino jubilar
1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada.
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf.Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Asís
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf.Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Asís
domingo, 7 de febrero de 2016
V Domingo del Tiempo Ordinario
Hoy celebramos el V Domingo del Tiempo Ordinario. Hoy las lecturas nos hablan de las
vocaciones de Isaías, Pablo y Pedro.
Los tres relatos tienen ciertos rasgos
comunes:
Iniciativa divina. En los tres casos, es Dios quien toma la iniciativa. En la solemne visión de Isaías, Dios pregunta «¿a quién enviaré?». En la 1 Corintios, san Pablo reconoce que «por la gracia de Dios soy lo que soy». Por pura gracia Cristo resucitado se le apareció a él, que había perseguido a la Iglesia de Dios. Y en el evangelio, Jesús sube a la barca de Simón, predica desde allí, realiza el milagro de la pesca milagrosa y llama a Pedro.
Pequeñez humana. En los tres casos, el llamado reconoce que es indigno de la vocación recibida. Isaías exclama: «¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros». Pablo se reconoce como un aborto, el menor de los apóstoles, indigno de este nombre. Y, lleno de estupor tras la pesca milagrosa, Pedro se arroja a los pies de Jesús y exclama: «Señor, apártate de mí, que soy un pecador». Con todo, el énfasis de los textos no radica en la culpa de los llamados, sino en la distancia entre la santidad de Dios y la pequeñez humana. Y es que la vocación es siempre una experiencia de gracia inmerecida.
Vocación y misión. La vocación personal no es un hecho aislado, sino que tiene que ver con el proyecto de Dios sobre su pueblo e implica una misión eclesial. El Señor llama a Isaías para ser profeta de Israel. Jesús elige a Pedro para ser pescador de hombres. Dios escoge a Pablo para ser apóstol de los gentiles. El llamado es introducido en una comunidad y es enviado a una misión. Así pues, elección, vocación y misión van siempre de la mano.
Les dejamos el enlace con las lecturas de hoy y el vídeo con el Evangelio.
Iniciativa divina. En los tres casos, es Dios quien toma la iniciativa. En la solemne visión de Isaías, Dios pregunta «¿a quién enviaré?». En la 1 Corintios, san Pablo reconoce que «por la gracia de Dios soy lo que soy». Por pura gracia Cristo resucitado se le apareció a él, que había perseguido a la Iglesia de Dios. Y en el evangelio, Jesús sube a la barca de Simón, predica desde allí, realiza el milagro de la pesca milagrosa y llama a Pedro.
Pequeñez humana. En los tres casos, el llamado reconoce que es indigno de la vocación recibida. Isaías exclama: «¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros». Pablo se reconoce como un aborto, el menor de los apóstoles, indigno de este nombre. Y, lleno de estupor tras la pesca milagrosa, Pedro se arroja a los pies de Jesús y exclama: «Señor, apártate de mí, que soy un pecador». Con todo, el énfasis de los textos no radica en la culpa de los llamados, sino en la distancia entre la santidad de Dios y la pequeñez humana. Y es que la vocación es siempre una experiencia de gracia inmerecida.
Vocación y misión. La vocación personal no es un hecho aislado, sino que tiene que ver con el proyecto de Dios sobre su pueblo e implica una misión eclesial. El Señor llama a Isaías para ser profeta de Israel. Jesús elige a Pedro para ser pescador de hombres. Dios escoge a Pablo para ser apóstol de los gentiles. El llamado es introducido en una comunidad y es enviado a una misión. Así pues, elección, vocación y misión van siempre de la mano.
Les dejamos el enlace con las lecturas de hoy y el vídeo con el Evangelio.
lunes, 1 de febrero de 2016
Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2016
Mañana, martes 2 de febrero, Festividad de la Presentación del Señor, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada con el lema, “La vida consagrada, profecía de la misericordia”. Este mismo día se clausura el Año de la Vida Consagrada.
En nuestra Diócesis, se celebrará la Eucaristía mañana a las 19 horas en la S.I. Basílica Catedral de Canarias.
En nuestra Diócesis, se celebrará la Eucaristía mañana a las 19 horas en la S.I. Basílica Catedral de Canarias.
El mensaje del Papa Francisco, testimonios, oraciones y el materia para la liturgia lo podrán ver en el siguiente enlace de la Conferencia Episcopal Española.
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