sábado, 9 de septiembre de 2017

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

     Las lecturas tienen como denominador común la palabra fraterna que amonesta y corrige. Ezequiel ha sido colocado por Dios como atalaya en la casa de Israel, para ser su centinela (Ez 3,17). Ha de vigilar para escuchar la palabra de Dios y comunicarla al pueblo, de modo que este pueda caminar desde su voluntad. Como profeta debe denunciar al malvado, y corregirlo en nombre de Dios. No puede callar, pues en su voz está en juego la obra de salvación de Dios y la vida del pecador. Tal es el deseo del salmista, que el pueblo no endurezca el corazón a la Palabra del que es roca firme y pastor que guía a su rebaño.
     El Evangelio de Mateo contiene parte del discurso sobre la comunidad (c. 18) señalando dos dimensiones fundamentales de toda comunidad cristiana: la corrección y la oración. En primer lugar, se propone un camino progresivo, del ámbito privado al púbico, para corregir y “ganarse” a un hermano que peca: primero a solas, luego con otros dos (Dt 19,15) y finalmente en la comunidad. Si se resiste a escuchar, se autoexcluye de la comunidad, que así lo ratificará con su autoridad conferida (atar y desatar). En segundo lugar, se afirma la eficacia de la oración comunitaria, en medio de la cual se hace presente el Señor. La oración es acogida por Dios Padre, por la mediación de Jesucristo. Este es el modelo de las asambleas litúrgicas cristianas reunidas en el nombre del Señor resucitado.
     El apóstol Pablo expone el núcleo de su exhortación moral de dónde debe nacer toda corrección fraterna. El cristiano, salvado gratuitamente por el amor de Dios en Cristo, ha de vivir desde esta misma dinámica del amor, que sintetiza toda la ley divina. Quien ama a su hermano (Lv 19,18; Mt 5,43) no le hará daño, y lo corregirá con verdadero corazón.

    Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


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