sábado, 2 de septiembre de 2017

XXII Domingo del Tiempo Ordinario

     La vocación que lleva a responder a la llamada de Dios para ser su mensajero, se canaliza en el profeta como una fuerza irresistible, seductora, persuasiva. En un duelo de voluntades, el poder y la efi cacia de la palabra divina que logra inexorablemente su objetivo, lleva a Jeremías a ceder su albedrío en una compulsión similar a la descrita por Pablo en 1Cor 9,16. Ahora bien, entrar en el criterio de Dios supone salir del de los hombres afrontando duras consecuencias: descrédito, irrisión, violencia, y hasta la muerte. Pedro, que aun no ha sido “seducido” por lo experiencia pascual, considera excesivo el precio a pagar, se aferra a la dinámica mundana y trata de arrastrar a Jesús hacia ella. 
     Pero, “ajustarse a este mundo” supondría frustrar el plan de Dios, lo que conllevaría la perdición del hombre. De ahí la dura reacción de Jesús, que dirige a Pedro palabras que evocan la última tentación (Mt 4,10), usando además el término “escándalo” que designa objetivamente la inducción al pecado. Pedro piensa sobre el sufrimiento de modo humano, conservativo, egoísta. El problema es que aferrarse a la vida presente es quedarse sin trascenderla, pues quien no se ha hecho partícipe del destino de Cristo en su pasión, no podrá ser asociado a su resurrección (Mt 16,27). Por ello, la única opción viable es la que toman Jeremías y sobre todo Jesús, hacer a Dios la ofrenda de sí mismos (Rom 12,1), dejándose arrastrar por su sed hacia Él (Sal 62,2) y por el fuego de su palabra (Jr 20,9).

     Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.




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