martes, 28 de febrero de 2017

Cuaresma 2017: tu Cuaresma, mi Cuaresma.


      Nos disponemos a comenzar a vivir el tiempo de Cuaresma, que nos llevará hasta la conmemoración del misterio central de nuestra fe, la Muerte y Resurrección de Jesús. La Cuaresma es el camino que nos conduce de la oscuridad a la luz, pasando por la prueba de la cruz. Deseo compartir con todos los que nos siguen mi reflexión y mi experiencia personal de vivencia de este tiempo fuerte en la vida de la Iglesia desde tres aspecto:  la liturgia, la espiritualidad y la Palabra de Dios.

La liturgia:
     Comienza el segundo gran ciclo del Año Cristiano, el ciclo de la Resurrección, que tiene tres momentos: la preparación, tiempo de Cuaresma, la celebración, Triduo Pascual y Pascua, y la prolongación, Pentecostés. Comenzamos ahora a vivir y celebrar el primer momento de este ciclo, el tiempo de Cuaresma, que comienza con la celebración del Miércoles de Ceniza y termina el Sábado V de Cuaresma, víspera del Domingo de Ramos. Durante este tiempo litúrgico se omite el Gloria y el Aleluya en la celebración de la Eucaristía, desaparece de nuestros templos y lugares de culto las flores y otros elementos ornamentales, excepto en el Sagrario, se cierra la fuente bautismal hasta su bendición en la Vigilia Pascual y se retira el Cirio Pascual, que sólo estará presente en las celebraciones exequiales. Los ornamentos litúrgicos son de color morado durante este tiempo. Todos estos signos tienen como finalidad invitarnos a la austeridad y el recogimiento, que nos ayuda a poner nuestra vida delante de Dios sin que nada pueda distraernos en nuestro encuentro con él, y a tener una actitud de humildad que nos ayude a descubrirnos necesitados de Dios y de su perdón. Todos estos signos litúrgicos cuaresmales son sustituidos por la luz, las flores, los cantos de alegría y el color blanco en la Solemnidad de San José, el 19 de marzo.

La espiritualidad:
    La liturgia, además de que ha definido al Adviento como tiempo de esperanza, define a la Cuaresma como tiempo de conversión. Convertirse en cristiano no es transformarse en otra cosa, o dejar de ser quienes somos para convertirnos en otras personas. Convertirse en cristiano significa que nuestra vida se vaya pareciendo, cada vez más, a la vida de Dios. Cuando hablo de esto, me gusta poner siempre un ejemplo que ilustra siempre la idea de la conversión. Se trata del cartel del pasado Jubileo de la Misericordia, en el que aparece Jesús llevando a hombros a una persona, como el pastor que carga con su oveja. Sus rostros están muy juntos, tanto, que uno de los ojos de Jesús y uno de los ojos de la persona son el mismo ojo. Jesús y nosotros, nosotros y  Jesús, debemos tener la misma mirada, su vida y la nuestra deben estar en la misma sintonía. Eso es la conversión. A ella estamos llamados cada uno en nuestras vidas y en todos los momentos del año litúrgico, aunque la Iglesia nos invita a ella de una forma especial durante la Cuaresma. Para que pueda producirse en nosotros la experiencia de la conversión, primero tiene que producirse la experiencia del encuentro con Dios, y para ello, debemos dedicar algún tiempo a hacer silencio. No solo silencio físico, que también, sino a silenciar en nuestra vida todo aquello que pueda interrumpir, dificultar o impedir nuestra experiencia de encuentro con Dios y nuestra experiencia de conversión.
Para vivir nuestro encuentro con Dios en el silencio de nuestra vida, la Iglesia nos invita en la Cuaresma a fijarnos en Jesús, que al comienzo de su misión se retiró al desierto donde nada podía distraerlo, para encontrarse con Dios y escucharlo. Dice el Evangelio que permaneció allí durante 40 días. Aunque debemos tener en cuenta que en la Sagrada Escritura los números son siempre simbólicos, 40 significa un periodo de tiempo. Podemos decir por tanto, que vivir la Cuaresma es nuestro deseo de encontrarnos con Dios en el silencio, así como Jesús se retiró al desierto para encontrarse con él y permaneció allí durante un tiempo.
De nuestra experiencia con Dios nace necesariamente el deseo de conversión. El mismo Jesús nos indica como llevarla a cabo desde tres aspecto. Nuestra relación con Dios por medio de la oración, dedicando cada día un tiempo, o un poco más del que ya dedicamos, a dialogar con el Señor, intentando que nuestra oración sea en su mayor parte espontánea, brote del corazón y expresada con nuestras propias palabras, que por medio de fórmulas establecidas, memorizadas y repetidas, que sin dejar de estar bien, se convierten a veces más en un monólogo que un diálogo entre Dios y nosotros. Nuestra relación con nosotros mismo, por medio del sacrificio, al que Jesús llama ayuno, pero que abarca un amplio abanico de posibilidades de sacrificios que podemos hacer encaminados, sobre todo, encaminados a educarnos y frenarnos a nosotros mismos, y a mantenernos lo más alejados posible del pecado. Nuestra relación con los demás, por medio del compartir, que Jesús lo llama limosna, pero lo que podemos compartir con los demás va desde nuestras posibilidades materiales, nuestro tiempo, nuestro consejo, hasta una simple sonrisa. Conviene recordar que compartir significa partir con el otro, darle de lo mismo que tú tienes para ti, y no de lo que te sobra.
Recordemos la espiritualidad de la Cuaresma tiene como tarea ayudarnos a vivir nuestra tarea del encuentro con Dios en el silencio de nuestra vida, y a ayudarnos a realizar nuestra experiencia de conversión revisándonos a la luz de nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

La Palabra de Dios:
     El itinerario que la Palabra de Dios nos propone para esta Cuaresma, del Ciclo A, comienza el Miércoles de Ceniza con la invitación al encuentro con Dios y a la conversión. El primer Domingo de la Cuaresma que nos recuerda que la realidad de la tentación con el pecado está presente cada día desde el comienzo hasta el final de nuestra vida, pero frente a esa realidad se sitúa también la del amor, la misericordia, la fortaleza y la gracia de Dios.  El segundo Domingo de Cuaresma se nos muestra el misterio de la Transfiguración, que pone ante nuestros ojos la gloria a la que estamos llamados y la advertencia de que esa gloria tiene que pasar necesariamente por el misterio de la Cruz. En los últimos tres domingos el Evangelio nos presenta una catequesis bautismal, la Cuaresma era el tiempo en el que los catecúmenos, los adultos que no habían sido bautizados, se preparaban para recibir el bautismo en la noche de la Pascua. Nosotros, los que ya estamos bautizados, nos preparamos para renovar esa noche nuestro bautismo. Durante esos tres domingos el Evangelio nos irá presentando los signos más importantes de nuestro bautismo: el agua y el espíritu, que son fuentes de nuestra vida, vida que estamos llamados a cuidar nosotros, y a comunicar a los demás la luz, signo de que estamos resucitados, que estamos llamados a acrecentar y a llevarla a los demás, y la Resurrección, que es la nueva vida de los hijos de Dios, que estamos llamados a vivir y a dar testimonio de ello.

    Te invito a vivir con intensidad y profundidad esta Cuaresma, que no sea la repetición anual de una serie de ritos, sino que verdaderamente sea nueva. Que la Cuaresma 2017 sea tu Cuaresma, mi Cuaresma.

Por Sofía Calderín.
Redactora de la Hoja Parroquial.

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