Jesús nos propone hoy en el Evangelio las disposiciones interiores para orar bien y ser escuchados por Dios. Se contraponen dos personajes que oran, un fariseo lleno de autocomplacencia y un publicano rebosante de humildad. La acción de gracias del fariseo, realmente no va dirigida a Dios, sino a sí mismo, ya que está convencido de ser justo por sus propias fuerzas, ya que no es como los demás que son “pecadores”, pues lo hace todo según la “Ley de Dios”. Este fariseo se considera “bueno” por naturaleza y sólo espera la aprobación sin más de Dios. Por otro lado, el publicano no justifica lo que ha hecho, sino que se reconoce pecador tal cual y desde ahí busca la reconciliación (“ten compasión de mí”).
Al final, el que es escuchado por Dios y reconciliado es el publicano, y no porque sus pecados fueran leves, sino porque fueron dirigidos a Dios del modo justo: reconoce su culpa con sinceridad y sabe que sólo de Dios puede venir el perdón.
Jesús nos enseña que para agradar a Dios hay que dirigirse a él con tres actitudes: 1. Humildad para reconocer el pecado, sin tener que compararse con nadie; 2. Confianza porque de Dios viene el perdón y Él escucha siempre al humilde (1ª lectura); 3. Perdón y comprensión por los otros “todos me abandonaron y nadie me asistió, que Dios lo los perdone” (2ª lectura).
La parábola evangélica incide que el comportamiento justo del hombre pasa por la humildad y no por el orgullo. La humildad abre paso en el corazón a la idea, recurrente en Pablo, de que nadie es justo por sí mismo, sino que la justificación es sólo obra de la misericordia de Dios
Les dejamos el enlace con las lecturas de este domingo y un video del Evangelio:
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