sábado, 20 de octubre de 2018

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario.

     Se lee hoy un trozo del cuarto cántico del Siervo sufriente de Isaías. En él se presenta al Siervo de Dios que lleva su obediencia hasta la entrega de la propia vida en muerte cruenta. Nos narra el profeta el resultado de esta entrega: su dolor ha salvado a los hombres del castigo que merecían por sus pecados. El Salmo 32 nos recuerda algunas de las maravillas que Dios ha obrado en favor de su pueblo, para que aumente nuestra fe y esperanza en el plan salvador de Dios, que a pesar de la muerte del Justo, sus ojos siguen clavados en sus fi eles para librarlos de la muerte. 
     La carta a los Hebreos nos ayuda a identificar al Siervo de Dios con Jesús. Interpreta la muerte de Jesús en clave sacrificial. Con su actitud obediente al plan divino, Jesús es presentado como el sumo sacerdote que entrega su propio cuerpo para la remisión de los pecados. Él es el sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, por eso se entregó por nosotros y nos abrió la puerta del cielo.      Por último, Marcos nos refiere una vez más la incapacidad de los discípulos para comprender. Por un lado, Jesús que habla de dar la vida y, por otro, los apóstoles preocupados sólo de la gloria terrena con los primeros puestos. El Evangelio nos deja patente que no sólo basta la cercanía física a Jesús, sino que hace falta algo más, hay que acompañarlo hacia su Pasión y verlo morir para convertirse en testigos de algo grande: que Dios ha enviado a su Hijo para rescatarnos de la muerte. El camino del servicio y la entrega tiene un precio alto, y Jesús está dispuesto a asumirlo; de su mano, iremos comprendiendo que el grano de trigo dará fruto si de verdad muere.
     La Jornada Mundial de las Misiones, el Domund, que hoy celebramos, nos invita a trabajar por “cambiar el mundo”. El Mensaje del Papa para esta Jornada indica que la misión es propia de corazones jóvenes que contribuyen “al crecimiento cultural y humano de tanta gente sedienta de Verdad”. Estamos, pues, invitados a llevar el Evangelio a todos los que no conocen a Dios. Si anunciamos la Buena Noticia y contribuimos a formar una sociedad más justa y más fraterna, el mundo cambiará.
     Pongamos nuestro pequeño grano de arena para que esto ocurra y Dios sea conocido en toda la Tierra.

    Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


     

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