Dice San Juan, que quien dice que ama a Dios, al que no ve, y no ama a su hermano, al que tiene al lado, es un mentiroso. De la misma manera, el que dice acoger a a Jesús pero no acoge a los hermanos, en los que Jesús se hace siempre presente, miente también.
El Papa Francisco ha dicho que hay que tocar la carne de cristo en los demás, en los hermanos, especialmente en los más débiles. Si no hacemos esto, cuando tenemos la oportunidad, o no procuramos tener la oportunidad de hacerlo, de nada nos sirve el gesto de tocar y besar la imagen del Niño Jesús en la Nochebuena. Es solo un gesto externo y vacío. Por tanto, arrodillarse ante el pesebre implica necesariamente arrodillarse ante el hermano. Acoger a Jesús implica necesariamente acoger al hermano en que él se hace presente.
En el IV Domingo de Adviento, pidamos al Señor, por medio de María, que supo acoger como nadie a Jesús, y también a los amigos y enemigos de su hijo, y que sigue acogiendo hoy a toda la humanidad, que nos conceda la gracia del Espíritu Santo, que despierte y haga crecer en nosotros una verdadera actitud de acogida a Jesús y a su misterio, pero sobre todo, a los hermanos en los que él se manifiesta, también como sacramento, sobre todo, en su debilidad.
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