sábado, 19 de enero de 2019

II Domingo del Tiempo Ordinario.

     En la tradición veteotestamentaria, los motivos de la boda y el vino sobreabundante hacen referencia al final de los tiempos y a la venida del mesías. Para Isaías, la metáfora de las nupcias evoca la irrupción del tiempo de la salvación (Is 54,4-8; 62,4-5). En cuanto al vino, lo encontramos en pasajes que profetizan el cumplimiento escatológico (Is 25,6; Am 9,13; Os 2,24; Jer 31,5). Es además signo de alegría, y en el judaísmo del cambio de era encarnaba los dones divinos de la gracia, la virtud y la sabiduría. Su falta en la boda indica la carencia de todo esto. Este déficit no puede ser llenado por la Ley, simbolizada en la tradición judía por el agua, lo que se pone de manifiesto en el número de tinajas (seis) que denota imperfección. 
    La solución al conflicto es propiciada por un personaje clave en el relato: María, la madre de Jesús que, con la absoluta confianza en su hijo, muestra que, en una situación de carencia, incluso de miseria, es de Él de quien conviene esperar la ayuda y la restauración de la abundancia. María, por tanto, encarna el rostro de la fe, un rasgo que se confirmará en la escena al pie de la cruz (Jn 19,25-27). Con esta actitud consigue que Jesús anticipe su hora, suscitando una nueva realidad, esbozada ya en el prólogo del Evangelio, que sobrepasa la Antigua Alianza: “la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1,17). De este modo, el signo con que Jesús abre su actividad tiene un alcance programático: en su persona, la salvación sobreabundante se ha hecho acontecimiento (Jn 1,14). El milagro es pues un evento de revelación que manifiesta la gloria del Hijo y pone a los discípulos en disposición de creer, invitación que se hace extensiva a todos los lectores del Evangelio.

     Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


     
    

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