sábado, 3 de febrero de 2018

V Domingo del Tiempo Ordinario

    Celebramos este 4 de febrero el domingo V del tiempo ordinario. En la primera lectura, Job expresa su pequeñez y finitud. Sus días son como la lanzadera del telar y su vida, como un soplo siempre fugaz. A pesar de los avances de la técnica, y de nuevas ideologías que nos hacen sentirnos omnipotentes, todos experimentamos en el fondo del corazón esta pequeñez, que se hace tozudamente evidente cuando padecemos la enfermedad. 
    En el Evangelio contemplamos a Jesús, el médico divino (Mc 2,17), que sana a la suegra de Pedro y a otros de sus enfermedades. Pero, ¿cómo entender estos milagros? Si Jesús es tan bueno, ¿por qué no curó a todos los enfermos de su época? Y, ¿por qué no nos sana a nosotros? Los evangelios tratan de mostrar que los milagros no son un fi n en sí mismos. Aquellos a quienes Jesús curó también murieron más adelante. Sus milagros son, más bien, signos que apuntan a un mundo nuevo; fogonazos de luz en una tierra de sombras; experiencias especiales de salvación, ayuda e integridad en un mundo aún atenazado por la desgracia y el sufrimiento. Por eso, el evangelista dice que la suegra de Pedro “se levantó”, tras ser curada, verbo que después utilizará para la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,42) y la del propio Jesús (16,7). Los milagros son, así pues, anuncios de resurrección. Por eso tras ser rescatada del poder de la muerte, la mujer hace lo mismo que Jesús: ponerse a servir (1,31). 
    En conclusión, los discípulos de Jesús, aunque todavía sufran el poder del pecado y de la muerte, están ya de la parte del día: experimentan el poder de su resurrección y sirven como el Maestro, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por muchos” (10,45).

    Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


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