Él fue testigo de la presencia de Dios entre los hombre, por eso pudo anunciarla. Los cristianos estamos también llamados a ser testigos de Jesús y del Evangelio. Pero para que nuestro testimonio sea creíble y capaz de convencer a otro, para que sea verdadero, hemos de hacer primero experiencia profunda de encuentro y relación con el Señor.
La liturgia de hoy por tanto, nos hace una misma invitación a vivir dos realidades diferentes. Primero, saber descubrir al Señor en nuestras vidas, tener una relación profunda con él y hacer experiencia real de él para así poder ser testigo eficaz y valiente de su amor, y poder dar un testimonio verdadero que sea fecundo para los demás. Y segundo, vivir la experiencia de la alegría sean cual sean las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que la verdadera alegría no nace y crece solo en los momentos buenos de bienestar, risas, de prosperidad y ausencia de problemas, sino también, y sobre todo, en los momentos de dolor, dificultad y de prueba. Para el cristiano la verdadera alegría tiene que permanecer siempre por encima de las circunstancias, porque la verdadera alegría es Jesucristo, y él permanece siempre sean como sean nuestras situaciones. Los cristianos estamos llamados a ser y debemos ser siempre personas alegres, como nos recordará San Pablo en la Segunda Lectura. Pues nuestra alegría reside en Jesús.
En la tercera semana del Adviento pidamos al Señor, por medio de María, testigo de Jesucristo por excelencia y mujer de la alegría, que nos conceda la gracia del Espíritu Santo, que nos ayude a vivir en plenitud esta invitación a ser testigos de la alegría.
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