La enseñanza es evidente: se debe orar sin desfallecer ya que si el juez, siendo malo, atendió a su petición con tal de zafarse de ella, cuanto más Dios, el sumo bien, hará justicia a sus elegidos que claman noche y día. La parábola compara a los elegidos, la Iglesia, con una viuda. La comunidad cristiana vive en el hoy de la historia bajo el signo de la cruz y la indigencia. Pero esta situación de postración no le debe hacer desesperar. Dios, «el guardián de Israel» (Salmo), oye a sus elegidos. Desde hoy está permitida la esperanza.
Es verdad que esta esperanza no debe ser triunfalista. Seguimos en un mundo donde poderes arbitrarios y opresivos, como los del juez inicuo, oprimen a los pequeños. Pero es preciso seguir orando y luchando, como Timoteo en la segunda lectura, predicando la Palabra a tiempo y a destiempo. Dios es fiel y, por muy alejada que parezca, su intervención final es segura. ¿Encontrará el Hijo del Hombre esta fe en la tierra?
En la primera lectura, hemos escuchado un testimonio bíblico del poder de la oración. Israel venció a Amalec no por la fuerza de su ejército, sino por el favor de Dios, que suplicó Moisés desde el monte con los brazos extendidos. Los santos padres interpretaron este gesto como prefiguración de los brazos extendidos de Cristo en la cruz, cuya oración postrera nos trajo el perdón y la redención. La fe es grito y hay que orar sin desmayo.
Les dejamos el enlace de las lecturas de este domingo y un video del Evangelio.
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