Desde la primera hora de la creación, Dios soñó con un mundo y una humanidad maravillosos, en paz y perfecta armonía. Desde entonces, el sueño de Dios ha tenido que convivir con la acción de la serpiente. Pero Dios no desechó su sueño, no abandonó a su Pueblo, no ha dejado nunca de guiarlo y acompañarlo a lo lardo de la historia, hasta que en el momento culminante Dios quiso hacer realidad su sueño en Jesucristo, que vino a mostrarnos el rostro del Padre y a enseñarnos el camino que nos conduce a él.
La realización del sueño de Dios fue posible en María, la muchacha humilde de Nazaret que supo esperar al Mesías con el pueblo de Israel, y a cogerlo luego en su seno y en su vida. Que confió en Dios acogiendo con generosidad su palabra y permaneciendo fiel hasta el final.
María es, no solo, cooperadora necesaria en la realización del sueño de Dios, sino que ella misma es el primer y más perfecto fruto de ese sueño. Ella es para nosotros modelo de espera y esperanza, de acogida de generosidad y de fidelidad. En María, Dios quiere acercarse a la humanidad para acercar a la humanidad a él. María nos muestra y nos ofrece a Jesús, y al mismo tiempo, nos lleva a cada uno a presentarnos ante él.
Les dejamos el enlace con las lecturas, un video del Evangelio y el Magníficat.
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