Del mismo modo, en el Evangelio, Jesús advierte al pueblo y a sus discípulos del comportamiento hipócrita e incoherente de los letrados y fariseos. Jesús los desenmascara. Desde la autoridad que les da la cátedra de Moisés, es decir, el poder de interpretar la ley y enseñarla, se han erigido en opresores del pueblo. Imponen duras cargas (leyes), pero no ayudan a llevarlas. Buscan la adulación y el reconocimiento de su poder y prestigio sea a nivel religioso o social, fracturando la igualdad y la fraternidad. Por eso, Jesús pide a sus discípulos que no se dejen llamar Maestro ni llamen a nadie Padre, porque solo hay un Padre y Maestro que hace a todos hermanos, y un único Dios y Señor de sus vidas, al que deben obedecer. Frente a la tiranía y el abuso del poder, debe estar el servicio. El orgullo y la vanagloria llevan a la humillación, pero la humildad procura la gloria del Reino.
Así lo canta bellamente el salmista, cuyo corazón humilde descansa en el regazo de Dios, sofocando la altivez. Y así lo testimonia Pablo, recordando a los tesalonicenses la ternura y el cuidado con el que él y su equipo les proclamaron el Evangelio, como una madre con sus hijos. Esa diligencia y desvelo mostraban el amor que les tenían. Un amor que encontró la fiel y dócil acogida del Evangelio predicado, recibido como Palabra de Dios, siempre viva y eficaz en el corazón de los creyentes.
Les dejamos el enlace de las lecturas y un video del Evangelio.
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