1) Sacramento de la Reconciliación, regalo de Dios a la Iglesia.
Hace 30 años, sobre todo en las catequesis de infancia de nuestras parroquias, se denominaba al sacramento de la Reconciliación, "sacramento de la Penitencia", y se le definía como aquel por el cual se nos perdonan los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.
Afortunadamente, en la actualidad, esto ha cambiado un poco. Por lo menos ya es más común denominarlo sacramento de la Reconciliación, lo que describe mejor su verdadero sentido, restaurar nuestra comunión con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos, que el error y el pecado ha estropeado, interrumpido o destruido. Es decir, reconciliarnos con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.
Debemos comenzar definiendo lo que significa la palabra sacramento. Sacramento quiere decir señal o signo sagrado, o lo que es lo mismo, signo del amor de Dios y de su presencia entre nosotros.
Estos signos que Dios nos ha regalado en su Iglesia, son siete, divididos en tres grupos según el efecto que causan en nosotros. Sacramentos de Iniciación ( Bautismo, Eucaristía y Confirmación) que son los que nos introducen en la Iglesia y nos capacita para ser cristianos adultos, Sacramentos de Curación (Unción de Enfermos y Reconciliación) que son los que curan nuestro interior de las heridas producidas por el pecado y nos fortalecen en la enfermedad y en el momento de la partida hacia la Casa del Padre, Sacramentos de Servicio (Orden Sacerdotal y Matrimonio) por medio de los cuales somos capaces de poner nuestras vidas al servicio de los demás como pastores de la Iglesia o personas que se unen para formar una familia.
Los sacramentos nacen del misterio pascual de Jesús, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
El sacramento de la Reconciliación es un signo de curación y como ya hemos indicado, nos reconcilia con dios, con los hermanos y con nosotros mismos, restaurando la comunión que el mal y el pecado estropea, interrumpe o destruye.
Este sacramento fue instituido por Jesús el primer día de la semana, el mismo día de la Resurrección. En este punto sería conveniente que leyeras con detenimiento Jn 20, 19-23, puesto que no es un invento de la Iglesia. Al instituirlo, Jesús nos regala el perdón de Dios Padre, pero no de cualquier manera, sino por medio de la Iglesia. Él mismo indicó a sus apóstoles que recibieran al Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecado les quedan perdonados y a quienes se los retengan les quedan retenidos. Jesús dio a sus discípulos, a si Iglesia, la capacidad de perdonar los pecados en su nombre, no es la Iglesia quien perdona, sino Dios Padre en Jesucristo por medio de ella.La Iglesia es solamente el puente a través del cual se derrama la misericordia de Dios que ha venido a traernos Jesús. Por tanto, son del todo equivocadas expresiones como <confesarse es un invento de la Iglesia>,<yo me confieso con Dios>, <al cura no le interesa mi vida> o <el cura es más pecador que yo>. Este sacramento es un invento de Jesús, por lo que todos los cristianos están llamados a recibirlo, porque él así lo ha dicho, y a indicado la manera de hacerlo, por medio de la Iglesia. El poner nuestra vida delante de Dios y pedirle perdón por nuestros errores, es algo que debemos hacer cada día y que además es muy sano, pero no sustituye a este sacramento, que solo puede ser administrado por un sacerdote. El sacerdote, en el momento del sacramento, no actúa por si mismo sino In persona Christi, en nombre de Cristo, quien nos acoge, nos escucha, nos mira, nos habla, nos perdona y nos bendice es el mismo Jesús a través de él, que se presta solo como medio, como puente. Y si es Jesús el que está junto a nosotros en el momento del sacramento, no tendrá otro interés que el acogernos con amor, perdonarnos, corregirnos con misericordia y devolvernos la paz. Como Jesús esta en el Sagrario, silencioso y discreto, así también es en el sacramento. El sacerdote que actúa en su nombre, está obligado por el llamado Sigilo sacramental, a mantener en secreto lo que escucha y no repetirlo jamás. Por todo ello, no debemos mostrar ningún tipo de miedo, vergüenza o reparo, en acudir a este sacramento.
Debemos de tener en cuenta que el amor, el perdón y la misericordia de Dios no tienen límite, y de la misma manera debe ser ilimitada nuestra confianza en él, los extremos nunca son buenos, ni confesarnos cada día o cada semana, ni confesarnos dos veces en toda nuestra vida. Es conveniente buscar el equilibrio. La Iglesia manda confesarse al menos una vez al año, si se está en peligro de muerte o si se va a comulgar después de mucho tiempo. Pero esto sólo debe ser tomado como una orientación, la relación de cada persona con Dios es única, y por lo tanto diferente. Por lo que no se puede establecer una regla común para todo. Es tarea de cada uno descubrir su necesidad de acudir al sacramento de la Reconciliación. Para ello la mejor herramienta es la oración, que nos ayudará a ir contemplando y revisando nuestra vida desde la mirada y el corazón de Dios.
En nuestra vida cotidiana, antes de realizar cualquier actividad (comida, viaje, etc.), dedicamos un tiempo a su preparación, no la realizamos sin más, sino que nos detenemos a pensar en las cosas que necesitamos preparar para poder realizar dicha actividad, y que todo resulte como esperamos, pudiendo evitar cualquier contratiempo.
También los sacramentos, como signos sagrados, con mucha más razón, requieren una debida preparación de cara a su celebración. La Iglesia nos indica cinco pasos para preparar bien y concientemente la celebración del sacramento de la Reconciliación:
- Examen de conciencia: Examinar, revisar nuestra vida a la luz del Señor, para descubrir en ella aquellos aspectos que nos alejan de Dios, de nosotros mismos y de nuestros hermanos.
- Dolor de los pecados: reconocer con humildad que no siempre somos capaces de responder con amor al amor infinito de Dios, sin castigarnos y dramatizar, sino sabiendo que Dios nos conoce y cuenta con nuestras debilidades y limitaciones porque nos ama tal y como somos.
- Propósito de la enmienda: enmendar, remendar, arreglar en nuestra vida aquello que nos ha hecho perder la sintonía con Dios, con nosotros y los hermanos, pero no confiando en nuestras fuerzas, sino apoyados en la fortaleza y gracia de Dios.
- Decir los pecados al sacerdote: acto propio de confesarse, sin ningún tipo de miedo o vergüenza, por las razones anteriormente compartidas.
- Cumplir la penitencia, o como a mi me gusta decir, dar gracias al Señor por el perdón y la misericordia recibido. Pues en realidad es de eso de lo que se trata, y no de cumplir un castigo o una pena, que es lo que da a entender la palabra penitencia. Esto mediante una oración, una lectura de la Palabra de Dios, una determinada acción, etc, el sacerdote nos indicará como debemos dar gracias a Dios por su perdón y su misericordia. Si el sacerdote nos invita a hacer nada no quiere decir que no debamos dar gracia, sino que lo deja a nuestra libertad para que nosotros, poniéndonos delante de Dios, hagamos aquello que entendamos que le es agradable como acción de gracias.
2. El sacramento de la Reconciliación, fruto de la verdadera devoción al corazón de Jesús.
Muchos son los santos, como el Padre Pío y otros tantos, que han profesado, experimentado o compartido una profunda devoción al Corazón de Jesús. De entre todos ellos, destaca sin duda, Santa Margarita María de Alacoque, con la devoción de los nueve primeros viernes. En nuestro tiempo no han dejado de surgir nuevas formas de expresar la devoción al Corazón de Cristo, como por ejemplo la devoción a la Divina Misericordia.
Pero la verdadera devoción al Corazón de Jesús es la misma devoción de la propia Iglesia, de la cual nace todas las formas particulares de expresarla. Te ofrezco a continuación algunos textos de la Palabra de Dios que describen como es el corazón de Dios y como es su amor, que se manifestado en Jesús: Jn 13, 21-25: en la Última Cena, Juan el discípulo amado se inclina sobre el pecho de Jesús, característica de la misma devoción al corazón de Cristo, apoyarse y abandonarse en él, como puerta siempre abierta del corazón del Padre. Las Puertas de la Misericordia de nuestras catedrales y basílicas, la puerta de la Misericordia de Dios, el corazón de su hijo, está siempre abierta), Jn 19, 25-27: el amor del Corazón de Jesús no es exclusivo de una determinada religión o grupo, sino que se extiende a toda la humanidad. Cuando en la cruz entregó su madre al discípulo amado, no la llamó por su nombre María, sino que la llamó mujer, para escenificar que ya no solo le pertenecía a él como madre, sino que pertenece como madre a toda la humanidad. Desde nuestros primeros padres Adán y Eva hasta cada uno de nosotros, representada en el discípulo amado.Jn 19, 31-34: del costado abierto de Jesús brotó agua y sangre. Su corazón es un manantial inagotable de agua viva, al que todos estamos llamados a acercarnos para calmar la sed que las cosas del mundo no consiguen apagar. El corazón abierto es la fuente del bautismo.
Lc 15, 1-32: en las parábolas de la misericordia (El hijo pródigo, La oveja perdida y La moneda perdida) encontramos dos nuevas características del amor de Dios mostrado en Jesús. Dios nos ama a cada uno de forma personal, no de forma genérica, de forma única e irrepetible. De ahí que en las parábolas se hable de uno de los hijos, una de las ovejas y una moneda. La alegría de Dios por la cercanía de cada uno de sus hijos, por su conversión, es también personal, única e irrepetible, como se expresa en las parábolas: <<Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, preparemos un banquete de fiestas porque lo hemos encontrado>>, <<Tomo sobre sus hombros la oveja perdida e hizo una fiesta con sus vecino y conocidos por haberla encontrado, <<Compartió su alegría por haber recuperado la moneda que se le había perdido>>. El amor de Dios y su alegría por cada uno de nosotros es único, como el amor de una madre por cada uno de sus hijos. San Juan Pablo II dijo en una ocasión como forma de expresar esta realidad, que una madre no pare cinco hijos, sino que pare un hijo cinco veces.Hch 9: el amor del Corazón de Jesús es un amor que se preocupa por sus hermanos, por la humanidad. Cuando Saulo se encuentra con Jesús por el camino de Damasco y le pregunta que por qué lo persigue, añade <<Soy Jesús a quien tú persigues>>. Evidentemente Saulo no perseguía a Jesús, que ya había subido al cielo, sino perseguía a los cristianos, los discipulos de Jesús. Por tanto el corazón de cristo es un corazón preocupado e identificado con el corazón de las personas.Flp 2,5: este breve y profundo versículo de la carta de Pablo a los Filipenses, resume de forma extraordinaria cual debe ser el sentido y la finalidad de la verdadera devoción al Corazón de Jesús, tener en nosotros los mismos sentimientos que él, su misma mirada, su misma escucha, sus mismas palabras, sus mismos gestos y su mismo amor. A la hora de revisar como estamos viviendo nuestra devoción al Corazón de Cristo, este breve versículo es sin duda la mejor luz.Mt 25, 31-46: la verdadera devoción al Corazón de Jesús después de llevarnos a una profunda conversión, haciendo nuestra vida lo más idéntica a la suya, debe tener alguna consecuencia la contemplación y entrega a los hermanos expresada mediante las Obras de Misericordia, que enumera el Evangelio de Mateo, por medio de muchísimas otras que pueden estar a nuestro alcance para buscar siempre el bien de los hermanos, que es a fin de cuenta buscar también nuestro bien.
3. Lo que dice la Iglesia sobre el sacramento de la Reconciliación
Como ejemplo de lo mucho que ha dicho el Magisterio de la Iglesia acerca de este sacramento, comparto algunos textos escritos en distintos momentos de los últimos 55 años cuya lectura te puede ayudar a tu reflexión, aprendizaje y formación.
- Según el Catecismo
- Según el Concilio Vaticano II
- Según el Sinodo de Canarias (art. 553-554)
- Según Misericordiae Vultus (punto 22)
Aunque cualquier momento del Año Litúrgico es bueno para celebrar este sacramento, la Cuaresma y la Semana Santa es un momento especialmente fuerte para recibir el perdón de Dios y experimentar su misericordia, y así poder vivir plenamente la alegría de la Pascua. Tanto si celebras este sacramento con mas o menos frecuencia como en pocas veces en tu vida, te invito a hacer ahora o al menos a tomarlo en consideración.
<<Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz.>>
Por Sofía Calderín.
Redactora de la Hoja Parroquial.
Hace 30 años, sobre todo en las catequesis de infancia de nuestras parroquias, se denominaba al sacramento de la Reconciliación, "sacramento de la Penitencia", y se le definía como aquel por el cual se nos perdonan los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.
Afortunadamente, en la actualidad, esto ha cambiado un poco. Por lo menos ya es más común denominarlo sacramento de la Reconciliación, lo que describe mejor su verdadero sentido, restaurar nuestra comunión con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos, que el error y el pecado ha estropeado, interrumpido o destruido. Es decir, reconciliarnos con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.
Debemos comenzar definiendo lo que significa la palabra sacramento. Sacramento quiere decir señal o signo sagrado, o lo que es lo mismo, signo del amor de Dios y de su presencia entre nosotros.
Estos signos que Dios nos ha regalado en su Iglesia, son siete, divididos en tres grupos según el efecto que causan en nosotros. Sacramentos de Iniciación ( Bautismo, Eucaristía y Confirmación) que son los que nos introducen en la Iglesia y nos capacita para ser cristianos adultos, Sacramentos de Curación (Unción de Enfermos y Reconciliación) que son los que curan nuestro interior de las heridas producidas por el pecado y nos fortalecen en la enfermedad y en el momento de la partida hacia la Casa del Padre, Sacramentos de Servicio (Orden Sacerdotal y Matrimonio) por medio de los cuales somos capaces de poner nuestras vidas al servicio de los demás como pastores de la Iglesia o personas que se unen para formar una familia.
Los sacramentos nacen del misterio pascual de Jesús, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
El sacramento de la Reconciliación es un signo de curación y como ya hemos indicado, nos reconcilia con dios, con los hermanos y con nosotros mismos, restaurando la comunión que el mal y el pecado estropea, interrumpe o destruye.
Este sacramento fue instituido por Jesús el primer día de la semana, el mismo día de la Resurrección. En este punto sería conveniente que leyeras con detenimiento Jn 20, 19-23, puesto que no es un invento de la Iglesia. Al instituirlo, Jesús nos regala el perdón de Dios Padre, pero no de cualquier manera, sino por medio de la Iglesia. Él mismo indicó a sus apóstoles que recibieran al Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecado les quedan perdonados y a quienes se los retengan les quedan retenidos. Jesús dio a sus discípulos, a si Iglesia, la capacidad de perdonar los pecados en su nombre, no es la Iglesia quien perdona, sino Dios Padre en Jesucristo por medio de ella.La Iglesia es solamente el puente a través del cual se derrama la misericordia de Dios que ha venido a traernos Jesús. Por tanto, son del todo equivocadas expresiones como <confesarse es un invento de la Iglesia>,<yo me confieso con Dios>, <al cura no le interesa mi vida> o <el cura es más pecador que yo>. Este sacramento es un invento de Jesús, por lo que todos los cristianos están llamados a recibirlo, porque él así lo ha dicho, y a indicado la manera de hacerlo, por medio de la Iglesia. El poner nuestra vida delante de Dios y pedirle perdón por nuestros errores, es algo que debemos hacer cada día y que además es muy sano, pero no sustituye a este sacramento, que solo puede ser administrado por un sacerdote. El sacerdote, en el momento del sacramento, no actúa por si mismo sino In persona Christi, en nombre de Cristo, quien nos acoge, nos escucha, nos mira, nos habla, nos perdona y nos bendice es el mismo Jesús a través de él, que se presta solo como medio, como puente. Y si es Jesús el que está junto a nosotros en el momento del sacramento, no tendrá otro interés que el acogernos con amor, perdonarnos, corregirnos con misericordia y devolvernos la paz. Como Jesús esta en el Sagrario, silencioso y discreto, así también es en el sacramento. El sacerdote que actúa en su nombre, está obligado por el llamado Sigilo sacramental, a mantener en secreto lo que escucha y no repetirlo jamás. Por todo ello, no debemos mostrar ningún tipo de miedo, vergüenza o reparo, en acudir a este sacramento.
Debemos de tener en cuenta que el amor, el perdón y la misericordia de Dios no tienen límite, y de la misma manera debe ser ilimitada nuestra confianza en él, los extremos nunca son buenos, ni confesarnos cada día o cada semana, ni confesarnos dos veces en toda nuestra vida. Es conveniente buscar el equilibrio. La Iglesia manda confesarse al menos una vez al año, si se está en peligro de muerte o si se va a comulgar después de mucho tiempo. Pero esto sólo debe ser tomado como una orientación, la relación de cada persona con Dios es única, y por lo tanto diferente. Por lo que no se puede establecer una regla común para todo. Es tarea de cada uno descubrir su necesidad de acudir al sacramento de la Reconciliación. Para ello la mejor herramienta es la oración, que nos ayudará a ir contemplando y revisando nuestra vida desde la mirada y el corazón de Dios.
En nuestra vida cotidiana, antes de realizar cualquier actividad (comida, viaje, etc.), dedicamos un tiempo a su preparación, no la realizamos sin más, sino que nos detenemos a pensar en las cosas que necesitamos preparar para poder realizar dicha actividad, y que todo resulte como esperamos, pudiendo evitar cualquier contratiempo.
También los sacramentos, como signos sagrados, con mucha más razón, requieren una debida preparación de cara a su celebración. La Iglesia nos indica cinco pasos para preparar bien y concientemente la celebración del sacramento de la Reconciliación:
- Examen de conciencia: Examinar, revisar nuestra vida a la luz del Señor, para descubrir en ella aquellos aspectos que nos alejan de Dios, de nosotros mismos y de nuestros hermanos.
- Dolor de los pecados: reconocer con humildad que no siempre somos capaces de responder con amor al amor infinito de Dios, sin castigarnos y dramatizar, sino sabiendo que Dios nos conoce y cuenta con nuestras debilidades y limitaciones porque nos ama tal y como somos.
- Propósito de la enmienda: enmendar, remendar, arreglar en nuestra vida aquello que nos ha hecho perder la sintonía con Dios, con nosotros y los hermanos, pero no confiando en nuestras fuerzas, sino apoyados en la fortaleza y gracia de Dios.
- Decir los pecados al sacerdote: acto propio de confesarse, sin ningún tipo de miedo o vergüenza, por las razones anteriormente compartidas.
- Cumplir la penitencia, o como a mi me gusta decir, dar gracias al Señor por el perdón y la misericordia recibido. Pues en realidad es de eso de lo que se trata, y no de cumplir un castigo o una pena, que es lo que da a entender la palabra penitencia. Esto mediante una oración, una lectura de la Palabra de Dios, una determinada acción, etc, el sacerdote nos indicará como debemos dar gracias a Dios por su perdón y su misericordia. Si el sacerdote nos invita a hacer nada no quiere decir que no debamos dar gracia, sino que lo deja a nuestra libertad para que nosotros, poniéndonos delante de Dios, hagamos aquello que entendamos que le es agradable como acción de gracias.
2. El sacramento de la Reconciliación, fruto de la verdadera devoción al corazón de Jesús.
Muchos son los santos, como el Padre Pío y otros tantos, que han profesado, experimentado o compartido una profunda devoción al Corazón de Jesús. De entre todos ellos, destaca sin duda, Santa Margarita María de Alacoque, con la devoción de los nueve primeros viernes. En nuestro tiempo no han dejado de surgir nuevas formas de expresar la devoción al Corazón de Cristo, como por ejemplo la devoción a la Divina Misericordia.
Pero la verdadera devoción al Corazón de Jesús es la misma devoción de la propia Iglesia, de la cual nace todas las formas particulares de expresarla. Te ofrezco a continuación algunos textos de la Palabra de Dios que describen como es el corazón de Dios y como es su amor, que se manifestado en Jesús: Jn 13, 21-25: en la Última Cena, Juan el discípulo amado se inclina sobre el pecho de Jesús, característica de la misma devoción al corazón de Cristo, apoyarse y abandonarse en él, como puerta siempre abierta del corazón del Padre. Las Puertas de la Misericordia de nuestras catedrales y basílicas, la puerta de la Misericordia de Dios, el corazón de su hijo, está siempre abierta), Jn 19, 25-27: el amor del Corazón de Jesús no es exclusivo de una determinada religión o grupo, sino que se extiende a toda la humanidad. Cuando en la cruz entregó su madre al discípulo amado, no la llamó por su nombre María, sino que la llamó mujer, para escenificar que ya no solo le pertenecía a él como madre, sino que pertenece como madre a toda la humanidad. Desde nuestros primeros padres Adán y Eva hasta cada uno de nosotros, representada en el discípulo amado.Jn 19, 31-34: del costado abierto de Jesús brotó agua y sangre. Su corazón es un manantial inagotable de agua viva, al que todos estamos llamados a acercarnos para calmar la sed que las cosas del mundo no consiguen apagar. El corazón abierto es la fuente del bautismo.
Lc 15, 1-32: en las parábolas de la misericordia (El hijo pródigo, La oveja perdida y La moneda perdida) encontramos dos nuevas características del amor de Dios mostrado en Jesús. Dios nos ama a cada uno de forma personal, no de forma genérica, de forma única e irrepetible. De ahí que en las parábolas se hable de uno de los hijos, una de las ovejas y una moneda. La alegría de Dios por la cercanía de cada uno de sus hijos, por su conversión, es también personal, única e irrepetible, como se expresa en las parábolas: <<Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, preparemos un banquete de fiestas porque lo hemos encontrado>>, <<Tomo sobre sus hombros la oveja perdida e hizo una fiesta con sus vecino y conocidos por haberla encontrado, <<Compartió su alegría por haber recuperado la moneda que se le había perdido>>. El amor de Dios y su alegría por cada uno de nosotros es único, como el amor de una madre por cada uno de sus hijos. San Juan Pablo II dijo en una ocasión como forma de expresar esta realidad, que una madre no pare cinco hijos, sino que pare un hijo cinco veces.Hch 9: el amor del Corazón de Jesús es un amor que se preocupa por sus hermanos, por la humanidad. Cuando Saulo se encuentra con Jesús por el camino de Damasco y le pregunta que por qué lo persigue, añade <<Soy Jesús a quien tú persigues>>. Evidentemente Saulo no perseguía a Jesús, que ya había subido al cielo, sino perseguía a los cristianos, los discipulos de Jesús. Por tanto el corazón de cristo es un corazón preocupado e identificado con el corazón de las personas.Flp 2,5: este breve y profundo versículo de la carta de Pablo a los Filipenses, resume de forma extraordinaria cual debe ser el sentido y la finalidad de la verdadera devoción al Corazón de Jesús, tener en nosotros los mismos sentimientos que él, su misma mirada, su misma escucha, sus mismas palabras, sus mismos gestos y su mismo amor. A la hora de revisar como estamos viviendo nuestra devoción al Corazón de Cristo, este breve versículo es sin duda la mejor luz.Mt 25, 31-46: la verdadera devoción al Corazón de Jesús después de llevarnos a una profunda conversión, haciendo nuestra vida lo más idéntica a la suya, debe tener alguna consecuencia la contemplación y entrega a los hermanos expresada mediante las Obras de Misericordia, que enumera el Evangelio de Mateo, por medio de muchísimas otras que pueden estar a nuestro alcance para buscar siempre el bien de los hermanos, que es a fin de cuenta buscar también nuestro bien.
3. Lo que dice la Iglesia sobre el sacramento de la Reconciliación
Como ejemplo de lo mucho que ha dicho el Magisterio de la Iglesia acerca de este sacramento, comparto algunos textos escritos en distintos momentos de los últimos 55 años cuya lectura te puede ayudar a tu reflexión, aprendizaje y formación.
- Según el Catecismo
- Según el Concilio Vaticano II
- Según el Sinodo de Canarias (art. 553-554)
- Según Misericordiae Vultus (punto 22)
Aunque cualquier momento del Año Litúrgico es bueno para celebrar este sacramento, la Cuaresma y la Semana Santa es un momento especialmente fuerte para recibir el perdón de Dios y experimentar su misericordia, y así poder vivir plenamente la alegría de la Pascua. Tanto si celebras este sacramento con mas o menos frecuencia como en pocas veces en tu vida, te invito a hacer ahora o al menos a tomarlo en consideración.
<<Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz.>>
Por Sofía Calderín.
Redactora de la Hoja Parroquial.
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